¿Alguna vez te has preguntado cuándo se empiezan a formar las bases emocionales de una persona? ¿En qué momento de la vida se construyen los cimientos de nuestra autoestima, seguridad y forma de relacionarnos?
Según diversas corrientes de la psicología, entre ellas la psicología individual de Alfred Adler, los pilares fundamentales del desarrollo emocional y conductual se construyen entre los 0 y los 4 años.
Sí, en esa etapa tan temprana, cuando el mundo es un misterio por descubrir y los adultos somos sus principales referentes.
La respuesta es simple y profunda: esos pilares están hechos de amor, aceptación, límites, reconocimiento, presencia y respeto. O, en su defecto, de la falta de todo ello.
Y aunque parezca duro, desde la manera en que educamos, podemos criar a un niño que se sienta:
Principalmente, del tipo de educación y vínculo que se construye con sus figuras de referencia: padres, madres, cuidadores, docentes.
Adler identificó tres formas de educación inadecuada, que pueden generar en el niño un sentimiento de inferioridad o una dificultad para cooperar y pertenecer de forma sana:
Cuando se impone sin escuchar, sin validar, sin dar espacio a que el niño se exprese. Esto impide que se sienta apreciado o aceptado.
Cuando se permite todo sin límites. Aquí, el niño no aprende a respetar a los demás ni a tolerar la frustración.
Cuando se le impide equivocarse, arriesgar, explorar. Entonces, el niño no aprende a desenvolverse por sí mismo.
Y en todos los casos, el mensaje que recibe es el mismo, no confío en ti.
Los niños tienen dos grandes necesidades emocionales:
Pertenecer y cooperar.
Cuando no se sienten tenidos en cuenta, cuando se les grita, se les humilla o se les anula con frases como:
Si no recoges los juguetes, se van a la basura.
…lo que sienten no es consecuencia ni aprendizaje. Sienten desvalorización, miedo a perder lo que aman y, muchas veces, desconexión emocional con quien más necesitan: su figura de apego.
Una alternativa más respetuosa y firme al mismo tiempo (como propone Adler), sería guardar esos juguetes por unos días en una caja fuera de su alcance.
Aquí el niño aprende responsabilidad sin sentirse atacado. Aprende a cuidar, a reparar, a entender que sus acciones tienen efectos, pero sin que su autoestima quede dañada.
Para construir una base sólida en nuestros hijos, Adler propone tres pilares fundamentales:
El aliento conecta al niño con su valor interno, mientras que el elogio muchas veces lo hace dependiente de la validación externa.
Animarlos a seguir, a intentarlo una vez más, a descubrir sus capacidades sin miedo al error.
Los errores son maestros. Cuando se castiga el error, se castiga la oportunidad de aprender.
Cuando se acompaña el error, se cultiva la confianza.
La educación que damos en los primeros años de vida deja una huella profunda. No se trata de ser padres perfectos, sino de ser adultos conscientes, que acompañan, sostienen, orientan y también se permiten reparar cuando se equivocan.
Porque educar no es formar a alguien a nuestra imagen, sino ayudarle a descubrir quién es, desde un lugar de amor, presencia y confianza.
Y tú, ¿cómo fueron los pilares de tu infancia?
¿Y qué pilares estás construyendo hoy?
Criar desde el respeto es posible (y no tienes que hacerlo sola).